Cada vez que hablamos, aplaudimos, tocamos la guitarra etc., generamos ondas de presión que se transmiten por el aire hasta llegar a nuestros oídos que manda la información al cerebro para hacernos conscientes de lo que está pasando.
Estas ondas, señales complejas variables con el tiempo, tienen su espectro en la zona de bajas frecuencias (entre 300Hz y 15Khz).
El aire está compuesto principalmente por nitrógeno, oxígeno y argón. El resto de los componentes, entre los cuales se encuentran los gases de efecto invernadero, son vapor de agua, dióxido de carbono, metano, óxido nitroso, ozono, entre otros.
Los componentes del aire, al someterse a una onda de presión, se trasladan en el espacio creando una masa que, dependiendo de la energía y la permeabilidad de los elementos en su trayectoria, originará, creará efectos y reacciones distintas.
Uno de los efectos más claros, como decía al principio, lo tenemos en nuestros oídos que ponen en movimiento, a través del tímpano, una serie de huesecillos.
Se pueden poner muchos ejemplos en los que abarquemos un gran abanico de energías, desde las que se originan al hablar hasta llegar a las originadas por las olas, huracanes o terremotos.