A comienzos de los años ochenta, con nuestra Constitución recién nacida, salida del horno, mientras rojos y azules vivían felices y orgullosos la luna de miel del perdón y la grandeza del olvido que habían sabido y querido prometerse mutuamente, me encontraba haciendo un curso de cirugía en Barcelona y, a petición de otros compañeros, en los ratos libres, me tocó hacer de cicerone, por sus Ramblas, de seis otorrinos italianos que nos acompañaban.
Y siempre he recordado sus palabras: en España sois unos afortunados, me decían en aquél entonces, aquí sólo tenéis la Eta y el Grapo, pero allá tenemos la mafia Siciliana, la Genovesa, la Calabresa, la Cosa Nostra y las Brigadas Rojas, pero sobre todo, la mafia más peligrosa de todas y la más dañina…la Mafia política.


Tras oírlo, cerré los ojos y elevé un saludo de agradecimiento al cielo, por la virginidad social y democrática de nuestro ilusionante presente. Eran tiempos aún en que cada cual sabía estar en su sitio, sin invadir terrenos que no le correspondían, y como botón de muestra, valga la anécdota. Hacía Urgencias de la S.S con mi viejo y destartalado Seat 133, pero un buen día, el ATS del equipo, hombre “de posibles”, de aquellos de dos sueldos y mujer maestra, cayó en la tentación de la vanidad, de comprarse un Citroen “Tiburón”. Pues bien, al cruzar por la puerta un afamado e importante pediatra local, pasó a saludarme y darme la enhorabuena por el cochazo, pero al responderle que era del Practicante, se quedó mirándolo despreciativamente, mientras le espetaba: siento decírtelo, Miguel, pero este coche no te pega, este coche es más bien de médico. Así, con un par. Mientras el otro, agachaba la cabeza y asentía en silencio.
Era lo que se llevaba, lo que había, aunque el bueno de Miguel, con su silencio, quedara pensando aquello de Sancho hacía D. Quijote: A veces me paro a mirar a Vuesa merced y veo más cosas para espantar que para enamorar.
Y, eran también tiempos en que aún vivíamos con vergüenza, con el gran semáforo social que nos indicaba caminos de valores y de sentimientos morales por los que ir, si queríamos seguir empastados y en armonía con sociedad, familia y amigos.
Posteriormente, fue apareciendo la idea de que los semáforos eran fachas y que por tanto, la única norma moral bien vista en democracia, sería el que no hubiera normas morales, ni de mérito alguno…y comenzó a vulgarizarse todo e incluso a desaparecer el sentido del ridículo que tanto nos había ayudado durante los dos mil años previos.
Como consecuencia inmediata, comenzaron a aparecer políticos que fingieron ser filósofos con sus hábitos y que no eran más que unos auténticos pícaros ( Luis A. de Villena dixit): los nuevos demagogos que se iban a ir encargando de toda la degeneración del sistema democrático. Gentes engañosas, como monstruos de dos cabezas, una, la de la ideología, tan necesaria para el voto y el progreso en el partido. La otra, la del capitalismo, la de la pela…la de pensar en cómo la familia abre un negocio para forrarse, a ser posible ( Chirbes…Crematorio).Inducidos, incluso por desalmadas y sabias madres que, percibiendo que sus añosos hijos no poseían habilidad alguna para la vida, les invitaban a explorar su habilidad política, la del panem lucrando, ajenas ellas al básico saber que tener políticos mediocres acaba como vemos, como un boumerang capaz de darnos a todos en el cogote.
Mientras, los no vendimiadores políticos, mirábamos para otro lado, sin tiempo más que para pagar impuestos, criar hijos para el futuro e intentar la excelencia posible en nuestras atribuladas vidas, sin dejar de acordarnos ni un momento de aquella maldad del gran Umbral…”dejémos la política para el que lo necesita, que si nosotros nos metemos en ella, podríamos quitarle el pan a un pobre”.
Y, mirando, mirando para otro lado, hemos llegado hasta toparnos, lamentablemente, con aquello que decía Julio Camba (y perdón por mis muchas citas, pero no quisiera ser como otros) : Los hombres de la República se apoderaron del Estado con el mismo criterio que si hubieran podido apropiarse de un salchichón.
La cíclica y puñetera historia que estaremos dispuestos a repetir hasta el final de los tiempos.
Surge todo lo anterior, al hilo de la indignación social y propia, al ver el drama de las corruptelas académicas. Al comprobar, estupefacto, a lo que nos está conduciendo el win- win (el yo gano, tú ganas), el maridaje de las puertas giratorias Universidad-poder.
La aparecida punta del iceberg, tan sólo. ¿Cuándo comenzaremos a hablar no tanto de los daños académicos que nos han inferido muy pocos sinvergüenzas, sino de los otros daños colaterales, aún más extendidos y tóxicos, los de tanto y tanto familiar( nueras, hijos, sobrinos, queridas, etc) que colocados a dedo en empresas mil, han excluido a nuestros hijos, mientras lo más selecto de muchos de ellos, sin apadrinamiento, han tenido que, decía, emigrar y están aportando lo mejor de ellos en países de nuestro entorno, más selectivos en su selección de personal, de menos nepotismo?
Dos hijos doctores hay en casa. A una de ellas, me ha tocado acompañarla muchos fines de semana durante cuatro largos años a visitar supermercados y tomar apuntes para su tesis doctoral. Otro, desarrollándola de forma muy costosa lejos de casa, aprendió lo suficiente no ya para ser Presidente de nada, pero sí para dirigir, felizmente, un laboratorio de Terapia celular en este duro país.
Una esperanza y sueño final, entre tanto disloque y amargura…ellos y todos nuestros sufridos y desprotegidos hijos, una vez más, acabarán redimiendo este país de pícaros y Lazarillos.
Luis Manuel Aranda
De la Sociedad española de médicos escritores

Por Luis Manuel Aranda González

Luis Manuel Aranda. Médico Otorrino. De la Sociedad española de médicos escritores.

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