Casi la hemos incorporado como una expresión coloquial para advertir a los seres próximos y queridos, emergentes en lo suyo, cuyas cabezas vemos llenas de feroces deseos de sobresalir o de derrotar ya a los adversarios profesionales, ya a la mismísima vida. Y, lo hacemos, porque hemos crecido bajo los sabios consejos de maestros como Gracián, cuando nos decía aquello de que “los hartazgos de la felicidad son mortales” y por tanto, nos prevenía, apoyándose posiblemente en otro sabio anterior, Sancho Panza, cuando nos sermoneaba con sus refranes: “se dice por ahí que la rueda de la fortuna anda más triste que una rueda de molino, y que los que ayer andaban en pinganitos( en próspera fortuna), hoy están por el suelo”.
Pues bien, en lugar de utilizar nuestra profunda sabiduría hispana, legada por sabios y literatura en hacer la debida medicina preventiva para evitar las desgracia, los terribles descalabros personales de muchos de nuestros deportistas y personajes de éxito, parece como si todos nosotros nos empeñásemos en todo lo contrario, en jugar con ellos, negándoles todo lo anterior, para intentar  que se rompan más pronto que tarde.
Sólo así se explicaría el afán de la sociedad en general por no decirles aquello que ya sabemos desde Hipòcrates, hace veintitrés siglos: “el hombre debería de saber que del cerebro y sólo de él proceden la alegría, el gozo, las tribulaciones, el sufrimiento y los cambios de humor”, y no solo de recordarles esto, sino de hacer todo lo contrario, tanto federaciones como medios audiovisuales o políticos, metiéndoles en sus atormentadas, limitadas y pobres cabezas( con las excepciones que todos queramos y sepamos encontrar), aquello de : si no te superas, si no adelantas, si no saltas mejor o no eres un número uno, si no consigues una medalla…no eres nadie. El mantra que tienen que oírse y padecerse todos los días hasta conformarse un neurótico yo, sin tiempo alguno para la reflexión y autocrítica más elemental sobre la propia vida y el peor e incierto futuro que les puede esperar, lejos ya de los focos y podiums mediáticos., mientras muchos oscuros políticos, sin brillo alguno, ven la ocasión ideal para convertirse en sus patogénicos incensarios y, en la pescadilla que se muerde la cola, no desaprovechan ocasión alguna para fabricarles evento tras evento, con tal de subirse, también ellos, al escenario que haga falta, siempre que haya cámaras de por medio. Felices, todos, de salir por fin en la Tv, aunque sea sobre los lomos de la vanidad ajena, mientras los demás, viéndolos, no podamos de dejar de pensar en aquello otro que el bachiller Sansón dijera: “Mirad, Sancho, que los oficios mudan las costumbres y podría ser que viéndoos Gobernador, no conociésedes ni a la madre que os parió”.
Y, Lo recordamos mientras vemos su compulsiva necesidad de autoafirmación y su superego de auténticos pavos reales, desplegando todos sus tatuajes como plumas de estatus y de sobrante dinero, capaz hasta de ser derramado en la más frívola de las modas posibles. Envanecidos, decía, de lo poco que saben y sin considerar jamás lo mucho que ignoran, como otro sabio tiene dicho también. Hinchados con el caprichoso soplo de su terrenal y efímera suerte.
Viene todo lo anterior al hilo de nuestros famosos juguetes rotos, de Blanca Fdez. Ochoa, q.e.p.d, de Urtain, de Amparo Muñoz, de Marisa Medina, de Julio Alberto, de Maradona o de Perico Fernández, entre otros mil ejemplos de famosos que no supieron gestionar bien sus vidas o fortunas, para acabar como sabemos que acabaron, más o menos muertos, mutilados, minusválidos o afectados por la depresión “exvacuo”, que dicen los psiquiatras: la que aparece por la pérdida de un objeto que ha conferido identidad, poder, dinero o prestigio.
Sabemos de lo que hablamos, porque hemos tenido “la desgracia” de vivir en primera persona el drama de tener una hija deportista de élite, de las que llegan hasta ser séptima mundial en lo suyo, pero que tras sufrir lo indecible  entre los brazos de sus ineptos e impresentables presidentes de deportes de invierno, tuvo la suerte de tener unos padres que, recordándole todos los días que sólo tenía humo entre las manos, supieron invitarla a ir estudiando para incardinarse, final y felizmente, en el mundo laboral.
Dícese que en la sabia y antigua Roma, sus laureados héroes eran incluidos al final de sus medallas en la nómina del Estado. Pues bien, viendo lo visto, pondría una obligada asignatura en nuestros centros de alto rendimiento deportivo: el que vieran un día sí y otro también aquél documental de Summers…”Juguetes rotos”, en el que se narra de forma entrañable el patético final de las cigarras, de los no previsores.
Y dice también, para terminar, un proverbio marroquí: “Que Alá te dé una vejez sana y alegre, fruto de una juventud sobria y contenida”. Pues eso.
 
Luis Manuel Aranda
Médico Otorrino

Por Luis Manuel Aranda González

Luis Manuel Aranda. Médico Otorrino. De la Sociedad española de médicos escritores.

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