In memoriam… de nuestro querido padre.
Mucho fue lo que tuvieron que sufrir nuestros queridos padres, cuando aún no repuestos de su incivil guerra, se encontraron con la papeleta de tener que sacarnos adelante sin apenas nada, sin tan siquiera poder permitirse el menor descanso; pero supieron ir sobreviviendo y creciendo con la dignidad necesaria, sin atormentadores deseos de vacación alguna, con el único anhelo de ver crecer a los hijos, costase lo que costase la inversión en privaciones propias.
Fue el caso de los míos, como tantos otros. Pero un buen día, la tensada cuerda de la vida acabó rompiéndose, de forma que mi buen y esforzado padre, no solo comenzó a perder la cabeza, a odiar cosas y convenciones aceptadas hasta entonces, sino que, inevitablemente, con su comportamiento hacia los demás, nos demandó su ingreso en una residencia. Y comencé a preguntar por Huesca dónde había el mayor respeto, buena comida, clima hogareño y servicios que nos descargaran de la mala conciencia que la tragedia familiar nos estaba exigiendo resolver lo más humanamente posible.
Comenzaba el siglo, sin la oferta actual de plazas público-privadas. Solicité cita en las Hermanitas de los hermanos desamparados, hoy ya sin el rimbombante nombre tan preñado de marketing. El día del encuentro le dije: “Padre, ponte galas de necesitado, no te arregles mucho para mejor invitar a la conmiseración. Y, además esgrimiremos como argumentos de recomendación el que tu madre, la abuela Pepa, ya legó en su día a estas mismas monjitas y por Torreperogil (Jaén), junto a nuestro pueblo, algún mueble de época para la recepción de su pobre residencia”.
Pues bien, casi temblando como colegiales acudimos, para tener que oírnos por parte de la “monjita seleccionadora”: “Ah, ah… oiga, me gusta su señor padre. Y, además sabrá que nosotras no cobramos nada, bueno, solo el 80% de su pensión”. Quedó en llamarnos hace ya casi veinte años. Craso error el de mi presentación lastimosa, pensé luego, habiendo llegado a mis oídos como había llegado la “leyenda o relato popular” de que, como dice el refrán, un buen porte y unos buenos modales podían abrir puertas principales, y más aún si había insinuaciones de posible herencia a la vista. Siempre In majoren Dei gloriam, entiéndase, faltaría más.
En la desesperada espera nos encontrábamos cuando tuvimos la suerte de que una emprendedora amiga y paciente, me ofreció su residencia Catedral recién inaugurada, con todas nuestras soñadas necesidades cubiertas. Sin embargo, años más tarde a mi buena amiga le vino el agotamiento y casi desfallecimiento, que no sabiendo cómo descansar de aquel agotador trabajo en el que se había embarcado, decidió traspasarlo a unos mozalbetes mucho más preparados para llevar cualquier granja de cualquier cosa. Pero nuestro pobre padre, aún supo aguantar un poco a aquellos desabridos y ásperos personajes, aunque solo fuera por ver sus atormentadas vidas, sin vocación de servicio alguno a los demás. Así es que viendo lo que nunca me hubiera gustado tener que ver en mis visitas de cada tarde, opté por denunciarlo al organismo responsable de la DGA, como por ejemplo la siguiente lindeza, en aquel ambiente hosco y deprimido de la sala común de estar.
- A ver, abuelo, ¿dime?
- ¡Abuelo de mis nietas so cabronas!
Al mismo tiempo que veía a alguien sangrando porque se había caído entre sus varios escalonados niveles sin apenas vigilancia.
Pues bien, a la DGA, le faltó tiempo para contestarme lo que supondrá… que no habían encontrado fallo alguno y que hasta ningún residente les había manifestado nada a favor de mis alegaciones. Ay, nuestros pobres mayores siempre callados como ovejas y por miedo a los ladridos del perro. Y comencé de nuevo el Vía Crucis de localizarle un nuevo alojamiento, tras ver las interminables listas de espera de los escasísimos centros oficiales. Mientras y por el contrario, podía ver a los patéticos políticos y sus aún más patéticas obras faraónicas: palacios de deportes, de congresos, ruinosos aeropuertos de a 7.000 millones de las antiguas pesetas… o lo que hiciera falta, tan ajenos ellos a las necesidades del sufrido pueblo de Dios, que son las auténticas y reales necesidades de nuestros mayores con arreglo a la medida de su dignidad y esfuerzo.
Fue terrible verlo envejecer y demenciarse poco a poco durante los ocho últimos años de su vida. Dejado él, como el resto de los residentes, en brazos de la vigilancia y cuidados de la familia. Ellos, la generación que había puesto a nuestro país donde está, son dejados a los pies de los caballos.
Ahora que nuestros político no van al Congreso ni al Senado, deberíamos habilitarles becas Erasmus a los responsables de la Tercera Edad para que fueran a Holanda o Alemania, por ejemplo, a aprender y saber gestionar sus vidas en el futuro con toda la dignidad y el respeto del que deberían ser acreedores. Esta mañana leyendo a Francisco Giner de los Ríos me encontré esta guinda final: “el día que España esté a la altura de su paisaje…” y el de todos sus ancianos, acaba pensando y deseando uno.
Luis Manuel Aranda
Médico- Otorrino