La clínica de las soluciones traumatológicas, cuasi taumatúrgicas y tan capaz de quitar una deformidad como de aventar un dolor.
De sobra lo sabíamos los que vivimos lejos.Por los circuitos profesionales conocíamos el que cuando los españoles no saben qué hacer con sus maltrechos huesos, acaban buscando al Dr. Guillén por sus clínicas Cemtro, un afamado prestidigitador que con hábiles manos y pócimas secretas acaba por reconciliarle a uno con la vida.
Así es que por las exigencias del guión, por los callos viciosos que iban apareciendo en el puñetero DNI, hemos tenido que acabar buscándolo y, lo hemos encontrado bajo su bata blanca, su sempiterno yelmo de Cruzado luchando con el convencimiento continuado de que seguir siendo útil a los demás es casi como haber entrado en Jerusalén… una de las formas más exquisitas de ser hombre y hasta“cristiano viejo”.
El Dr. Guillén, un famoso médico tan dimitido de la vanidad como de la soberbia: las volutas del alma, tan características en tantos otros finos ebanistas del hueso chungo.
Pensaba en todo ello cuando, inesperadamente, se nos presentó en la habitación en la hora del Ángelus el pasado domingo, para atendernos con la mayor ternura y con las palabras justas, más propias de alguien que viene desde la sabiduría de la España profunda y no desde una alta cuna. Y, acabó imponiéndonos, sin anestesia alguna, la curación que definitivamente precisábamos con unas simples, balsámicas y mágicas palabras…”todo va bien, tranquilos”.
Palabras entonadas con la cordialidad profunda ,que sólo alguien provisto de su experiencia y su ego más que satisfecho sería capaz de articular. Tan capaces ellas de transmitirnos,de comunicarnos sin más, que estábamos asistiendo a un espectáculo único: lo más grande y noble que, como médico, un médico pudiera hacer en la mañana de un domingo.
Y, aunque uno pudiese saber que más que un hombre de hueca palabrería es un profesional de hechos, tras manifestarle mi admirado asombro y agradecimiento por la gentileza de su visita, me atreví a importunarle…
¡Qué envidia me da Vd. trabajando aún, de sobra sabe uno el que a nuestros pacientes les gusta envejecer con nosotros!, acabé diciéndole sin mucho convencimiento.
A lo que él, pausadamente y mientras esbozaba una leve sonrisa me respondió…”mire, mire, no se equivoque, a nuestros enfermos no les gusta envejecer, y a nosotros menos”.
Él, la personificación del triunfo, estaba en nuestra habitación y, constituyendo además para mí como una auténtica Epifanía: la revelación esperada. La de que aunque yo hubiera podido comenzar la carrera justo en el año en que él la acababa, aún podrían quedarme unos años más de ejercicio, tras mirarme en su propio espejo.
Nuestra provecta edad, Dr. Guillén, en la que uno no solo vive en el temor constante a cualquier enfermedad inesperada, sino también al inmenso dolor de la duda diaria…por no ser capaz de echar el cierre, el servicio a los demás: nuestra gran obsesión antepuesta incluso en muchos momentos al cuidado de la propia familia, celosa siempre por haber tenido que sentirse segundona en el escalafón de nuestras fidelidades vitales.
La difícil edad nuestra, en que raro es el día que algún querido e impertinente paciente, mirándonos a los ojos, no encuentra mejor pregunta que acabar con eso de…”Y Vd. cuando se va a jubilar, doctor?
A lo que uno, decidió hace ya tiempo acabar contestando, y con la misma directa mirada, eso de …”sí, sí, sí!!!
Sellando así, con ojos de zombi, cualquier otra posible e inoportuna pregunta al respecto.
Pero qué afortunados hemos sido, querido Dr. Guillén, con los sentimientos de plenitud profesional que la vida nos ha venido ofreciendo. Con el inmenso regalo que nunca tuvo aquél personaje de “El poder y la gloria” de Grahan Greene, entre tantos y tantos otros mortales que han podido acabar diciendo lo que él mismo…”Pero qué tipo más absurdo soy, y cuán inútil. No he hecho nada por nadie. Lo mismo podría no haber existido jamás”.
Nuestro agradecimiento final a su hija, la Dra. Isabel Guillén, tallada con los mismos cinceles de su oficio y sencillez y que hasta nos ha regalado el feliz alumbramiento de una nueva e indolora rodilla en la familia.
POSDATA…agridulce Clínica Cemtro, cuyo dulce recuerdo he intentado pobremente plasmar, mientras nos quedará siempre grabado otro agrio…la referida vivencia de una encantadora empleada que tras preguntarle qué tal había pasado el confinamiento, nos dijo… “mire, aún no trabajaba aquí, en donde ahora me encuentro muy feliz, y al quedarme sin trabajo, por marzo del pasado año, tuve que sobrevivir viviendo dentro de una habitación y con una niña, siendo extranjera y sin recurso alguno, viviendo de la caridad de los españoles”. Jamás podremos olvidarlo.
Luis Manuel Aranda
Médico Otorrino