Permítanme estas palabras desde la experiencia de medio siglo de ejercicio profesional tanto en la medicina rural, la hospitalaria militar, de urgencias y la medicina privada. Un bagaje de altura y lucha, una atalaya autorizada desde donde poder opinar sobradamente. Porque no puedo seguir callado por más tiempo ante lo que veo está pasando en todos los ámbitos sanitarios y antes de que, jubilado, todo comience a darme igual y prefiera mirar para otro lado. Harto ya de tanto contradiós como me ha tocado vivir a lo largo de mi galénica vida.
Da la impresión de que “la clase sanitaria” pertenecemos a otro planeta, sin tener aún ,entre tanta responsabilidad, estrés y trabajo, la conciencia social suficiente tanto sobre nuestro papel en la sociedad como sobre nuestra capacidad de presión profesional ante tanto desdén ,abandono y tomaduras de pelo. Y, ellos, los de arriba, los responsables de la pomada, de sobra saben que, drogados y adormecidos como solemos vivir con la ilusión diaria de nuestra gratificante vocación, hemos sido capaces de soportarlo todo, sin plantes más contundentes. Sufrir las agresiones de todas las partes y de todas las maneras.
Así es que ,ahora, llenado el vaso de la insatisfacción y el “bornout” (el estar quemado o “el estar hasta los cojones”, tan castizo y tan nuestro), tenemos que ver cada día como compañeros, hartos ya de tanto desdén y estrés como de falta de tiempo en consulta para ejercer con la mínima dignidad, acaban yéndose a la privada, rehaciendo sus vidas fuera del ámbito sanitario, cuando no llamando a las mismísimas puertas del PAIME (vean, vean en Google de que se trata). Ya porque no han podido seguir expuestos a los niveles de estrés elevadísimos y exigibles, ya porque se consideran incapaces de poder seguir compartiendo tanto el dolor ajeno como su atormentada vida profesional.
Y mientras con inmensa indignación y pena tenemos que ver y padecer todo lo anterior, no con menos indignación tenemos también que soportar la agria visión de contemplar todo el silencio oficial sobre el deterioro cada día mayor de nuestro sistema público de Salud, con sus denuncias, sus agresiones, déficit ruinoso, sus inhumanas listas de espera, sus pacientes tirados por los pasillos, etc., etc. y sus maltratados profesionales por parte de sus Colegios profesionales y Sindicatos, que callados y callados ante todo lo anterior, o con lamentos de monja, en el mejor de los casos, dan la impresión de pretender vivir con el ánimo de aquél compañero médico que se había casado con una ciega como castigo por no haberla sabido curar….mientras fundan revistillas o charlas para maquillar al muerto a la vez que pretenden con ello lavarse sus pobres caras.
Ay, nuestros Colegios profesionales, con su eterna inmadurez en la defensa de los intereses de los médicos, cuando no contratando un servicio jurídico tan capaz de defender a sus colegiados por las mañanas contra el mundo y, por la tarde, al mundo contra sus colegiados. Así, con un par. Tenemos casuística.
Ellos, los defensores de la Sanidad Pública, pero ajenos a los padecimientos de las increíbles listas de espera y tanto otras lamentables cosas (contratos médicos de un día, turnos doblados, etc.)…en el colmo de la incoherencia estatutaria y la desvergüenza más acreditada. Sí, porque ellos y los otros, los políticos de las verdades únicas, de sobra lo conocemos y sabemos, no duden de que van a poder recurrir al “alcorce” necesario, a los amiguetes hospitalarios, para una atención más pronta ante una necesidad personal o familiar, a la vez que defendiendo cínicamente lo público sobre lo privado, decía.
Y, uno, curtido en mil batallas, siempre valorando y defendiendo la libertad de elección tanto en medicina como en cualquier otro ámbito, cuál bien supremo de la democracia, cuando los oigo con sus sandeces, no deja de estar pareciéndome oír, como en la consulta, las fantasías alucinatorias de cualquier posible demencia.
Comencé siendo médico rural y fui feliz estando 24 horas al día dedicado a mis marginados, pobres y alejados pacientes de la civilización. Sin guardias ni sustituciones fáciles, pero fue mi elección y mis pacientes, a cambio de mi sacrificada vida, me pagaban voluntariamente una “iguala”, que todos aceptábamos como solidaria y justa. Pues bien, aquél invento de siglos, aquél adelantado win/win peculiar, llegó la izquierda, en su revanchismo de los años ochenta y se lo cargó como tantas y tantas otras cosas posteriores, como se cargaron posteriormente la Sanidad militar, los hospitales provinciales y toda la Beneficencia dependiente de las Diputaciones provinciales, para llegar al totum revolutum actual en que ,mezclado todo, como en una loca centrifugadora, ya nadie queda conforme con lo que tiene, mientras casi todas las plantillas de mires donde mires, te dan la impresión de que viven con la sensación de estar asistiendo a su propio funeral en vida. Sin apenas minutos ni ánimos para compartir tiempo, compasión y consuelo hacía sus pacientes…y, nuestros pueblos sin médicos. Malditos iluminados.
Así es que, como decía, muchos de ellos, algunos compañeros, si pueden, intentan pasarse a la privada o emigrar, para poder ejercer sin intermediarios, sin comisarios políticos ni moscas cojoneras, buscando una praxis mucho más liberada de tanta estupidez burocrática y pérdidas de tiempo innecesarias. Sin tener que soportar tanto desdén mutuo entre ellos y gerentes, como a tantos y tantos pacientes angustiados, cabreados y furiosos a su alrededor. De sobra lo sabemos, que el infierno puede no ser el fuego eterno sino el tener a un sectario o un tonto pegado a tu pata todos los días.
La Sanidad privada, la que propicia la libertad, sin que el campo tenga puertas y como hace toda la Europa más evolucionada. O, como hacemos con las farmacias, los notarios, los dentistas, las universidades privadas o las empresas de obras públicas. ¿Porqué no querrán verlo nuestros sectarios de todo pelaje?¿Porqué, con su defensa de lo público y todo su mal olor, son capaces de haber echado a casi diez millones de españoles hacia el aseguramiento privado, hartos ya de comulgar con sus intragantables ruedas de molino?
Dicho sea todo lo anterior como una mínima parte de lo que podría seguir contándoles. De todos los atropellos sufridos cada día por nuestra querida profesión médico-sanitaria
Ivan Illic, en su Némesis Médica, acaba diciendo por uno de sus personajes…”Malditos mentirosos, malditos…ya veis que me estoy muriendo, así es que dejad de mentirme sobre mi salud”. Pues eso.
Luis Manuel Aranda
Médico Otorrino
De la Sociedad española de médicos escritores